El
contenido de esta conseja viene a ser muy cónsono con la razón y título de este
blog, porque vamos a hablarles de una leyenda convertida en conseja.
En
los Andes
venezolanos sus pobladores tienen muchas fábulas legendarias, sobre todo en
Mérida, y
no me refiero solamente a la capital sino al estado. Ciudad culta desde sus
inicios en cuyo seno se originó un marcado sincretismo entre lo indígena y lo
europeo y, gracias a ese fenómeno cultural, muchas tradiciones y costumbres se
han mantenido y entre ellas las leyendas.
Un
gran merideño fue don Tulio Febres Cordero.
En su obra, muy vasta en conjunto, dedicó particular atención a las
tradiciones, mitos y leyendas de los Andes. Su escrito más famoso y difundido
fue la narración del mito indígena Cinco águilas blancas, maravillosa
recreación de la formación de la Sierra Nevada,
mas hay otra de sus narraciones que la ha reemplazado en notoriedad y,
podríamos agregarle, credibilidad. Es la leyenda del perro Nevado.
Para
aquellos que no hayan oído hablar del can, se trata de un perro de raza mucuchíes
que le fue regalado a Simón Bolívar en su tránsito de Mérida a Barinas en 1813 y que
lo acompañó en todas sus campañas como un guerrero más, aunque consentido. En
el regalo vino incluido un indígena llamado Tinjacá, como su custodio. Por las
vicisitudes de la guerra, Bolívar perdió al perro y al cuidador y, de manera
fantástica –al fin y al cabo es una leyenda–, ambos fueron a parar a las manos
de José
Tomás Boves, archienemigo de Bolívar. El nuevo propietario se encariñó
igualmente con can e indio, pero Boves fue muerto en Urica y entonces Tinjacá logró
llevar al perro de vuelta a los Andes para que milagrosamente se reencontrara
con el Libertador en 1820.
Nevado
participó con su amo en la Batalla de
Carabobo, en la que rindió su vida cuando atacaba a mordiscos a los
españoles. Tinjacá resultó gravemente herido al tratar de protegerlo
infructuosamente y Bolívar soltó una lágrima por Nevado, aunque la narración no
aclara si también por el indio.
Cuando
don Tulio lo escribió, cuidadosamente apuntó en la introducción que lo había
creado a partir de una leyenda oral que se narraba a los niños en el siglo XIX,
embellecida y magnificada por su mano. A pesar de esa confesión, con el transcurrir
de los años la narración de Febres Cordero ha sido convertida en un hecho
histórico incontrovertible hasta el extremo que una de las misiones del
gobierno, creada para la protección de los perros realengos, callejeros o
abandonados, se llama ¡Nevado! Y no por la leyenda, sino dando como hecho
cierto su historia.
Desde
muchos años atrás en la misma capital merideña, en los Chorros de Milla,
se había levantado una estatua de bronce del indio Tinjacá, pero solo eso. Con
el devenir de los cambios, el paroxismo se ha exagerado a tal punto que hay
monumentos erigidos a Nevado en varios municipios de la entidad y fuera de
ellos.
Así
que lo que era una agradable leyenda oral se ha transformado en una conseja
total. Es decir, una mentira.
Roberto Sánchez Hernández
Profesor e historiador
preguntamedehistoria@gmail.com