domingo, 5 de noviembre de 2017

La locha






Entre mis reminiscencias especiales se encuentra una moneda ya inexistente: la locha, muy asociada con mis días escolares porque lo que mi papá me daba diariamente para la merienda eran 2 lochas.

Desde que tengo memoria, hasta poco después de graduarme de economista, en 1972, las monedas eran de cuproníquel (la puya, con valor de 5 céntimos y la locha, con valor de 12½ céntimos) o de plata (el medio, con valor de 25 céntimos; el real, 50 céntimos, 1  bolívar, los 2 bolívares y el fuerte o cachete, de 5 bolívares).

Siempre me dio curiosidad el valor tan singular de la locha (12½ céntimos) y como mi papá sabía mucho de casi todo lo que le preguntara de niño, me explicaba con mucha naturalidad que era la mitad de un medio (Bs 0,25) y que el medio se llamaba así porque era medio real, de manera que una locha era un cuarto de real y por eso le decían también cuartillo…

Mi pregunta siguiente quería encontrar respuesta a por qué la referencia era el real y no el bolívar completo y él, pacientemente, me relataba que se trataba de una costumbre que venía desde tiempos de la Colonia, pero para tratar de rescatar la predominancia del bolívar, me explicaba que la locha se llamaba así porque como valía un octavo de bolívar y, como anteriormente a un octavo le decían ochavo (todavía el diccionario de la RAE incluye esa palabra), a la moneda la llamaban “la ochava” y como al decirlo sonaba “lochava”, para abreviar ese nombre pasaron a llamarla simplemente Locha.

Como dije antes,  la locha también se le llamaba cuartillo, pero solamente cuando se juntaba con un real, por ejemplo, era muy común escuchar: “real y cuartillo”; es decir, 62½ céntimos. Incidentalmente, recuerdo que en un programa de televisión del profesor Néstor Luis Negrón, en el que participé como parte del equipo del Colegio San Ignacio (junto con Carlos Pacheco y creo que con Sálvano Briceño), una de las preguntas que pesó para que le ganáramos a nuestros contrincantes fue la siguiente: “¿Cuántos céntimos son real y medio y cuartillo?, a lo que respondimos de inmediato: “¡87½ céntimos!”.

A pesar de su valor tan pequeño, la locha tenía mucha aplicación y de allí han derivado expresiones que aún se usan. He aquí algunos ejemplos:

 * “Pan de a Locha”, ya que durante mucho tiempo así se le decía a una pieza de pan, de tamaño equivalente a media canilla, también llamado “pan francés”.

* “Me cayó la locha”, expresión que hoy se usa para decir que uno cayó en cuenta o entendió algo. Para entender su uso original hay que saber que en las fuentes de soda o bares había unos tocadiscos llamados Rockolas que tenían discos de vinil de 45½ revoluciones, con las canciones de moda (una por cada lado del disco). Para escuchar la que uno quería había que introducir una locha; a veces la moneda no caía bien por la ranura y cuando lo hacía, y empezaba a sonar el tema elegido, solía exclamarse: “¡Me cayó la Locha!”.

* “La pregunta de las 64.000 lochas”. A principios de la década de los años sesenta del siglo XX hubo un programa de preguntas en el que a cada concursante se le formulaban hasta cinco preguntas, la primera de las cuales premiaba con 4.000 lochas (500 bolívares) la respuesta correcta y las preguntas sucesivas con 8.000, 16.000, 32.000, hasta la pregunta final, muchísimo más difícil que premiaba con 8.000 bolívares; es decir, 64.000 lochas. Hoy se usa esta expresión para calificar una pregunta con respuesta muy difícil de obtener.

* “La lucha por la locha de la leche”. Así se llamó el movimiento de consumidores que a principios de la década de los setenta del siglo XX se opuso y enfrentó al anuncio por parte de los productores de que el litro de leche pasaría de costar real y medio a costar real y medio y cuartillo, debido a la decisión del gobierno de aquel entonces, de disminuir el subsidio que aquellos recibían para contener el precio al consumidor en real y medio…

¡Cosas veredes, Sancho!

Econ. Arlán A. Narváez-Vaz R. 
 ex alumno del Colegio San Ignacio
Edición: Rayza E. González R.
 



martes, 28 de marzo de 2017

PLAZA FACEBOOK







Tulio Hernández, sociólogo y, sin duda, uno de los personajes más inteligentes de nuestro entorno, comparó en estos días a Facebook con una plaza de pueblo. Un espacio amable en donde, preferiblemente al atardecer, se encuentra todo el mundo (o todo el pueblo) a conversar, oír novedades e intercambiarlas, a ver y dejarse ver. Allí se encuentran los doctores, los maestros, los poetas, las amas de casa, los intelectuales, los músicos, los artistas, los curiosos, los jóvenes, los viejos y arman tertulias de las que siempre saldrá algo.
Allí los viejos recuerdan tiempos que siempre fueron mejores y los jóvenes sueñan con tiempos que también serán mejores. Esa imagen me trae a la memoria una de las mejores de mi infancia, cuando en Ciudad Bolívar, Venezuela, alguien recorría las calles en su automóvil a toda velocidad tocando corneta (o bocina) para convocar a todo el que pudiera ir al aeropuerto cuando se ponía el sol y formar entre todos un improvisado balizaje para que aterrizara el DC-3 que traía unos pocos pasajeros y los diarios del día, que serían leídos en grupo, en el malecón o paseo, al día siguiente, con los correspondientes comentarios y opiniones de quienes quisieran comentar u opinar.
Esas reuniones en plazas todavía subsisten en muchos pueblos del interior del país y siguen siendo una forma de comunicación, a pesar de la televisión y otros adelantos. Esa bella imagen aplicada a Facebook tiene un solo inconveniente: la presencia de talibanes y energúmenos que, siguiendo las líneas impuestas por Chávez, insultan a los demás y pretenden que solo ellos tienen la razón. Son los chavistas estructurales aun cuando sean antichavistas.
También están los pornógrafos y otros bichos de uña, los hackers y otros malvados, etcétera. Pero aún con esa presencias indeseada, Facebook es un lugar estupendo en donde se encuentran viejas y nuevas amistades, en donde se reúnen parientes que tenían años sin verse y en donde se puede intercambiar opiniones a pesar de los chavistas estructurales. Basta con tener una buena dosis de tolerancia y entender que nada de lo negativo es tan fuerte o duradero como para obligar a alguien a renunciar a estos hermosos encuentros.
El placer virtual es tan válido como los placeres reales. Y conste, uso la palabra «reales» consciente de que para los venezolanos puede referirse a lo cierto, lo palpable, lo verificable, pero también al poderoso caballero de que habló Quevedo. En fin, seguiremos encontrándonos cerca de cualquier farol en la plaza Facebook.
por Eduardo Casanova Sucre
Abogado y escritor merideño