Wolfgang Larrazábal U. |
Hace ya unos treinta y pico de años (¡Dios! ¡Qué viejo estoy!) hice un
viaje por avión a Barinas, no en un jet sino en un antiguo Viscount a hélice, de
Aeropostal o Avensa, no recuerdo cuál de las dos líneas aéreas. Uno de los pasajeros, sentado al otro
lado del pasillo, era un señor de unos 70 años de edad; aún le quedaba cabello,
escaso y muy canoso, más bien peinado. Vestía saco a cuadros, pantalón unicolor
y corbata, todo con aspecto de mucho uso; los zapatos estaban también bastante
trajinados, aunque impecablemente lustrados. Su aspecto en general era de
absoluta pulcritud.
Me pareció conocido y le mantuve la vista
fija buscando en mi memoria de dónde. Él notó el escrutinio y, a su vez, me
miró y sonrió. Confieso que me turbé algo por haber sido descubierto en el
delito de fisgoneo. Le sonreí también pero, de seguidas, volteé la cabeza para
esconderme con las páginas del libro que siempre llevaba en mis viajes. Me
abstraje en la lectura olvidándome del pasajero.
Al llegar a Barinas nos dispusimos al desembarque.
Tuve que esperar mientras el señor extraía del compartimiento de equipaje de
mano, mal llamado sombrerera, una humilde maletica de tela, casi raída, a la
que se le apreciaban años y años de uso. Marchó hacia la salida del avión unos
pasos adelante. Bajamos las escaleras, caminamos al terminal, siempre yo unos
pasos detrás. Al llegar a las puertas del edificio el viajero fue recibido por
dos personas de porte distinguido, mucho mejor vestidas que el visitante; mejor
dicho, mejores trajes y a la moda. Escuché que le dieron la bienvenida
tratándolo de ¡Senador!
Fue entonces cuando lo reconocí. Era el
vicealmirante Wolfgang Larrazábal Ugueto, el mismo que en 1958 fue presidente de la Junta de
Gobierno que reemplazó al dictador Marcos Pérez Jiménez; después, y
sucesivamente, candidato presidencial, embajador en Chile, senador ¡Todo un cofundador
de la democracia!
No viajaba en jets privados; no tenía
guardaespaldas ni secretario. Más que modestamente vestido, pero con ropas
limpias y planchadas, con zapatos muy gastados, pero brillantes, seguramente embetunados
y cepillados por él mismo. La imagen de la pobreza digna, sin aspavientos.
Esa imagen es la que se me ha venido a la
mente este 23 de enero. La de Larrazábal; la de Rómulo Betancourt, dos veces
presidente, que al salir de Miraflores ni casa tenía; la de Luis Beltrán Prieto Figueroa,cuya vivienda llamó Ancha y Ajena, ancha porque cabían todos sus amigos y ajena
porque la debía al banco; la de Luis Piñerúa Ordaz, que tenía como «mansión de playa»
una casita de dos habitaciones en Puerto Píritu.
En este 23 de enero de 2017 quiero recordar
eso: cuando nuestros líderes eran honestos, cuando teníamos esperanzas de vivir
en un país mejor. Me corrijo: cuando teníamos un país.
Roberto Sánchez
Hernández
Profesor e
historiador
Preguntamedehistoria@gmail.com