lunes, 5 de febrero de 2018

Cambia todo, cuando cambian la tecnología y los tiempos



“Cuando mi hija tenía 4 años de edad yo le contaba cuentos infantiles, y un día le estaba leyendo Hansel y Gretel, de los hermanos Grimm; en el momento cuando los hermanitos se pierden en el bosque y empieza a anochecer, y los niñitos arrojan las miguitas de pan, yo se lo contaba con voz gruesa para asustarla, era de noche, y mi hija, de 4 años de edad, en vez de asustarse, me dice: “Pero que llamen al papá por el celular...”, y por primera vez me percato de que mi hija no sabe que hubo una vida antes de la telefonía alámbrica y descubrí cuán espantosa resultaría la literatura si el celular hubiera existido siempre.
“Pensemos entre nosotros en cualquier historia clásica, por ejemplo, Caperucita Roja, Blanca Nieves, Cien años de soledad, cualquier historia, y pongámosle un celular en el bolsillo al protagonista: ¿funcionaría la trama?, ¿funcionaría la trama, ahora cuando los personajes podrían llamarse desde cualquier lado?, pues Noooo. No importa cuál historia elijamos, la trama no funcionaría.
“Con un teléfono en las manos, Penélope ya no esperaría con incertidumbre a que el guerrero Ulises vuelva del combate. Con un celular en la canasta Caperucita alertaría a tiempo a su abuelita y la llegada del leñador no es necesaria. Con un telefonito el coronel sí tiene quien le escriba, por lo menos, algún mensaje de texto aunque sea spam, y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de la telefónica y el cerdito de la casa de madera le avisa a su hermano que ya el lobo va hacia allá y Gepetto recibe un alerta de la escuela avisando que Pinocho no fue en la mañana.
“Un enorme porcentaje de las historias escritas tuvieron como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Existen los cuentos clásicos, gracias a la ausencia de la telefonía móvil. Ninguna historia de amor habría sido trágica o complicada si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo.
“La historia romántica por excelencia, la historia más romántica de la historia misma de la literatura, Romeo y Julieta, que basa toda su tensión dramática en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata en serio, y entonces ella cuando se despierta se suicida de verdad. Si Julieta hubiera tenido un teléfono celular le habría escrito un mensaje de texto a Romeo en el Capítulo VI: ‘Me hago la muerta, pero no estoy muerta. Un beso. Nos vemos en Verona’.
“Todas esas películas en las que el chico corre por las calles del aeropuerto para que ella no se suba al avión, ahora se solucionan con un mensaje de texto, y ahora yo me pregunto: ¿no estará pasando lo mismo en la vida real? ¿No nos estaremos privando de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? 
“¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle al ser que ama, que no suba a ese avión, que la vida es acá y es ahora? Yo creo que no. Yo creo que le enviaremos a ese ser un mensaje de texto lastimoso, un whatsapp breve, desde el sofá; ¿para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre?
“Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma. Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: ‘¡Cuidado, que el duende está yendo allí para matarte! ¡Ojo, que la manzana ya está envenenada!, ¡no vuelvo esta noche a casa porque he bebido!, ¡si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama! ¡Papá, ven a buscarnos porque unos pajaritos se comieron las migas de pan!
“Nuestras historias están perdiendo el brillo, aquellas escritas, las vividas, incluso, las imaginadas porque a mí me parece que nos estamos convirtiendo en héroes perezosos”.
Este simpático escrito lo tomé de un audio que me transmitieron justamente a través de Whatsaap y mucho quisiera saber el nombre de la persona, que por su acento es de origen argentino, para darle sus justos créditos.
Mucho agradezco a quien lo sepa, me lo informe, porfa. Y ¡gracias!
Rayza E. González R.
5 de febrero de 2018