Tulio Hernández, sociólogo y, sin duda, uno de los personajes más inteligentes de nuestro entorno, comparó en estos días a Facebook con una plaza de pueblo. Un espacio amable en donde, preferiblemente al atardecer, se encuentra todo el mundo (o todo el pueblo) a conversar, oír novedades e intercambiarlas, a ver y dejarse ver. Allí se encuentran los doctores, los maestros, los poetas, las amas de casa, los intelectuales, los músicos, los artistas, los curiosos, los jóvenes, los viejos y arman tertulias de las que siempre saldrá algo.
Allí los viejos recuerdan tiempos que siempre fueron mejores y los jóvenes sueñan con tiempos que también serán mejores. Esa imagen me trae a la memoria una de las mejores de mi infancia, cuando en Ciudad Bolívar, Venezuela, alguien recorría las calles en su automóvil a toda velocidad tocando corneta (o bocina) para convocar a todo el que pudiera ir al aeropuerto cuando se ponía el sol y formar entre todos un improvisado balizaje para que aterrizara el DC-3 que traía unos pocos pasajeros y los diarios del día, que serían leídos en grupo, en el malecón o paseo, al día siguiente, con los correspondientes comentarios y opiniones de quienes quisieran comentar u opinar.
Esas reuniones en plazas todavía subsisten en muchos pueblos del interior del país y siguen siendo una forma de comunicación, a pesar de la televisión y otros adelantos. Esa bella imagen aplicada a Facebook tiene un solo inconveniente: la presencia de talibanes y energúmenos que, siguiendo las líneas impuestas por Chávez, insultan a los demás y pretenden que solo ellos tienen la razón. Son los chavistas estructurales aun cuando sean antichavistas.
También están los pornógrafos y otros bichos de uña, los hackers y otros malvados, etcétera. Pero aún con esa presencias indeseada, Facebook es un lugar estupendo en donde se encuentran viejas y nuevas amistades, en donde se reúnen parientes que tenían años sin verse y en donde se puede intercambiar opiniones a pesar de los chavistas estructurales. Basta con tener una buena dosis de tolerancia y entender que nada de lo negativo es tan fuerte o duradero como para obligar a alguien a renunciar a estos hermosos encuentros.
El placer virtual es tan válido como los placeres reales. Y conste, uso la palabra «reales» consciente de que para los venezolanos puede referirse a lo cierto, lo palpable, lo verificable, pero también al poderoso caballero de que habló Quevedo. En fin, seguiremos encontrándonos cerca de cualquier farol en la plaza Facebook.
por Eduardo Casanova Sucre
Abogado y escritor merideño
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