Luego de los
carnavales viene Semana Santa, tiempos de oración y reflexión, pero lo que
ahora paso a relatarles es una anécdota muy especial y divertida, por demás,
como dicen en Cumanacoa,
tierra ubicada hacia el sur del estado Sucre, de donde son mis ancestros y
por la que siento un profundo sentimiento.
Resulta que en una
Semana Santa me fui con dos de mis hermanos y algunos sobrinos a pasar los días
de asueto por allá y llegamos a casa de una prima, muy fervorosa y devota ella,
que tenía a su cargo el arreglo del Nazareno y parte de la organización
logística para el «paseo» de los Santos por las calles cumanacuences.
Ese día, Miércoles
Santo, nos aprestamos todos arregladitos para asistir a la procesión a eso de
las 8:00 pm y acudimos a la iglesia del pueblo para participar del evento que
se inició puntualmente y con todo el protocolo que amerita.
Sacaron al Santo
de la iglesia y comenzamos a hacer el recorrido con el pasito lento y normal
que se acostumbra en esta clase de acontecimientos: cha, cha, cha, cha, cha;
muchísimos feligreses rodeaban la litera en la que iba el Nazareno y nosotros,
detrás, seguíamos a la multitud.
De pronto, nos
percatamos de que nos habíamos quedado rezagados y apuramos el paso. Bien, los
alcanzamos y continuamos con nuestro cha, cha, cha, cha, cha, muy cerca
de la concurrencia y siempre detrás. Al cabo de un ratico, volvemos a darnos
cuenta de que la muchedumbre nos deja a la zaga y todos, intrigados por saber
por qué a nuestro parecer iban tan rápido, decidimos alcanzarlos, nos
entremezclamos entre la masa y logramos llegar a los pies del Santo Nazareno.
No pueden
imaginarse: al Santo lo habían encaramado en un andamio de hierro y ¡adivinen!:
la armazón tenía rueditas; es decir, no iba sobre los hombros de los
feligreses, era empujado y, como no les pesaba, iban rapidísimo.
Como soy
periodista, rauda y veloz titulé: El Nazareno en patines.
No pueden imaginarse el ataque de risa que nos causó
tal experiencia.
Rayza E. González R.
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